Si estás leyendo este artículo es porque te ha llamado la atención el título. Quizás, estás buscando una pequeña vía de escape al bullicio de la gran ciudad. O tienes un proyecto entre manos que te requiere tranquilidad y retiro.
O quizás, la pandemia te ha permitido mover tus horizontes geográficos y las vistas de tu urbanización se han vuelto demasiado monótonas. Sea como sea, has llegado al lugar adecuado, así que por favor, toma asiento y déjame que te cuente.
Cuaderno de bitácora de una escritora.
Lugar: Casa en ciudad X
El proyecto personal que me trajo hasta mi destino fue escribir una novela antes de los treinta. Así como quien se impone una meta al iniciar el nuevo año, yo me la puse al terminar 2021. Había sido un año tan raro para todos que no me podía permitir que acabara de una manera insulsa; ni mucho menos.
El proceso de escribir un libro no aplica a este artículo, pero sí lo hace la rutina en común que compartimos aquellos que nos levantamos de la cama para sentarnos en un escritorio frente al ordenador al empezar la jornada. Que, honestamente hoy en día, es algo que muchos tenemos en común. Independientemente del título formativo que cuelgue de nuestra pared.
Suena la alarma. Sonido estridente. Ataque de ansiedad 1. Snooze. Snooze. Snooze. Arriba. Arrhhg. Te lavas la cara. Te vistes. Desayunas. Haces la cama. Te sientas en el escritorio. Miras por la ventana y ves pequeñas hordas de gente corriendo cabizbajos hacia el apeadero de la estación. Suspiras. Pones música de fondo y cuentas las horas que quedan para ir a break sin que sea demasiado descarado.
Reunión. Email. Slack. Teléfono. Cartero comercial. Perro. Email. Presentación. Excel. Hora de comer. ¿Qué hago? ¿Como rápido y me echo una siesta? O ¿ Como rápido y me voy a dar un paseo al único parque que tengo en una hectárea a la redonda? Pfff. Siesta. Alarma. Ataque de ansiedad 2. Café. Ordenador. Suspiro. Más música de fondo. Email. Slack. Reunión. Café. Llamada. Miro el reloj y… fin de la jornada. Oh, sí. Y ¿ahora? ¿Tv? ¿Gimnasio? ¿Paseo? ¿Cine? ¿Cañas? ¿Cama? No, no… cama todavía no, aguanta un poco más. ¿Te suena? A mí también.
Cuaderno de bitácora de una escritora.
Lugar: Transición
Gracias a una de las casualidades que tiene la vida (o gracias a las cookies), por arte de
magia me apareció en alguna red social una entrevista que le hicieron a Miriam en su día:
“Consultora gallega lo deja todo y emprende en el rural.” –Punzada de envidia–. De pronto
se me encendió la bombilla y pensé… y ¿si yo pudiera alquilar una habitación para
escribir/teletrabajar desde allí? (os dejamos el enlace aquí por si queréis leer el artículo ;)
Nunca nadie me había puesto las cosas tan fáciles. Ni corta ni perezosa le mandé un email a
Miriam contándole mis inquietudes. Tan dicharachera como es ella me contestó enseguida: “Mejor te llamo y nos ponemos voz.” Un mes después estaba con mi GPS haciéndome 500 km dirección a no-se-dónde para esperar no-se-qué.
Cuaderno de bitácora de una escritora.
Lugar: Casas do Campo.
Al llegar a Monfero me invadió una calma que hacía años que no sentía. –¿Galicia en
invierno también se estila?–, –Galicia en invierno es Galicia. Galicia en invierno hace
Galicia–.
En pleno vientre del Parque Natural Fragas do Eume me vi alojada y tuve la suerte de contar con Miriam y los vecinos de la aldea como guías experimentados que hacen las delicias de mi curiosidad. A la semana de llegar mi rutina era otra, mi ritmo era otro. Sin necesidad de hacer yo nada, este se acompasó al ritmo de la naturaleza y de la luz solar y, sin cambiar yo mis rutinas, estas me cambiaron a mí.
Suena la alarma. Me estiro. Miro por la ventana y veo un bosque de carballos. Llueve. O sale el sol. O está nublado. Y me da igual el tiempo que haga, porque sea como sea esas vistas son un regalo. Me hago un ovillo en la cama y dejo que el sopor se vaya al ritmo de la música que hace la lluvia al caer contra el tejado de piedra. Salto de la cama. Me lavo la cara y me reconozco en el espejo con la sonrisa que me provocan las ganas de empezar el día. Desayuno. Huevos revueltos de las gallinas de la vecina. Enciendo la chimenea y me siento al ordenador.
La rutina es rutina, eso no cambia allá donde estés. Pero, despegar la mirada del ordenador y ver el campo verde mojado por el rocío y la niebla despeinando los robles… yo todavía no he encontrado moneda de cambio para pagar eso. Tampoco para cuando me sobresalto con el baile del crepitar de la lumbre en el hogar.
Hora de comer. Como y… ¿paseo? Sin ninguna duda: paseo. Media hora de caminata por la aldea, respirando aire puro, frío, calor, lluvia, humedad, vacas, estiércol, grelos, berzas, hojarasca, hierba mojada y tierra batida . Vuelvo al ordenador de nuevo como si hiciera ocho horas que lo abandoné y enfoco mi tarde de otra manera. Fin de la jornada. Ahora, ¿qué?
¿Qué tal avivar el fuego y sentarte en el sofá a leer? O ¿dar un paseo con el perro? O
¿ponerte con ese proyecto personal que lleva tiempo cogiendo polvo en el cajón?
Sin duda, para mi lo mejor es haberle perdido el miedo a los lunes y la costumbre de contar los días para que sea viernes. Total, ahora sé que mañana por la mañana cuando despierte, voy a tener el regalo de ver el bosque de carballos por la ventana. Sea el día de la semana que sea. Haga el tiempo que haga. Palabra de escritora.
Elisa Pérez Alonso
¡OS ESPERAMOS EN NUESTRAS CASAS DO CAMPO!
Para más información: 695.91.63.20
"Cuando soplan vientos de cambio algunos construyen muros. Otros molinos."
Proverbio chino.
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